miércoles, 4 de marzo de 2009

Carta abierta para Mauricio Funes

Te soy franco, Mauricio: A estas alturas de la contienda electoral, no sé bien qué creer de ti. Si fuera cierta sólo la mitad de las cosas que se dicen del partido que te postula, habría razones más que suficientes para poner en duda tu campaña y todas las promesas que ella encierra. Si fuera verdad, por otro lado, que tu candidatura es resultado de un proceso que busca corregirle la plana al FMLN, ¿qué garantías tenemos los electores de que va a tener éxito?
Tu compañero de fórmula, Mauricio Funes, tiene tantas credenciales morales para ser vicepresidente como tú posees experiencia para ser cabeza del Ejecutivo: casi nada. Esto no significa que no puedas aprender a ser mandatario. Lo que implica es que vas a tener que lidiar con un partido acostumbrado al desorden, las rabietas y las imposiciones, y en ese escenario vas a necesitar algo más que buena retórica: requerirás, para empezar, muchísima prudencia, virtud de la que has dado muy escasas muestras en el último año.
Los tropezones, en un año, han sido proverbiales
De hecho, la tuya ha sido una carrera electoral llena de incongruencias, ambigüedades y torpezas. Has tenido chispazos de equilibrio y moderación, cómo no, pero en absoluto han sido la norma. Con demasiada frecuencia te hemos visto defensivo, arrogante y hasta exaltado. Es cierto que todos tenemos nuestro carácter y nadie está libre de tener arranques de cólera o enfado. El problema contigo es que pretendes convertirte en presidente de mi país, y si ahora que estás pidiendo nuestro voto eres incapaz de controlarte, ¿por qué habríamos de creer que el poder político va a suavizar tu temperamento?
Tus tropezones, en un año, han sido proverbiales. Tuviste que retractarte cuando acusaste, sin pruebas, a un importante líder empresarial. Pusiste en duda la credibilidad de la casa encuestadora Borge y Asociados, para después retroceder cuando quedó al descubierto que te habías basado en información falsa. A pocos días de los comicios del 18 de enero, cuando más alto denunciabas la posibilidad de un fraude, fueron observadores internacionales los que terminaron avalando la limpieza del proceso.
¿Y qué me dices de tus ambivalentes posturas sobre el aborto, la familia y la educación de los hijos? Aparte que en una entrevista con Nacho Castillo, en noviembre de 2007, te inclinaste por una forma terapéutica de "interrupción del embarazo", un año más tarde no reparaste en gastos para decir que nuestro Gobierno había cometido un "bochorno" al no ratificar la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes. A pesar de las argumentadas críticas que hicieron algunos líderes religiosos --incluyendo al entonces Arzobispo Sáenz Lacalle--, te atreviste a decir con aplomo que el citado instrumento hacía a los jóvenes "sujetos de derecho".
Ante semejantes declaraciones sólo nos quedó pensar una de dos posibilidades: o jamás leíste la Convención Iberoamericana y hablaste sin conocimiento del tema, o sabías perfectamente de qué se trataba y aun así decidiste hacer el señalamiento. En cualquiera de los casos, Mauricio, quedas mal. Si no tenías la información necesaria, fuiste irresponsable; si la tenías, caíste en una peligrosa contradicción. ¿O acaso no te diste cuenta que esa normativa instauraba, en la práctica, la promiscuidad, el aborto y la explotación laboral de los jóvenes? ¿No te fijaste que el documento socavaba la patria potestad de los padres de familia sobre sus hijos adolescentes?
Falta una defición sobre Cuba y Venezuela
Tu insistencia en exigir al candidato de ARENA un debate está dentro de la lógica electoral que has venido manejando. Te sabes superior a Rodrigo Ávila en habilidades retóricas y te ufanas de ello cada vez que puedes. Bien por ti y por tu indiscutible aptitud para verbalizar. Lo extraño sería que no tuvieras esa cualidad después de tanto tiempo en televisión. Hay algo, empero, que tus cálculos alegres no han tomado en cuenta: la sagacidad del electorado salvadoreño.
Aunque no lo creas, quienes vamos a elegir presidente el próximo 15 de marzo sabemos distinguir entre la destreza para hablar y la capacidad para gobernar. Las palabras bonitas y bien dichas tienen su efecto, claro, pero nos terminan inquietando cuando parecen revestir engaños. Y en eso del disimulo y el silencio, la imprecisión y el acomodo, me temo que estás muy bien flanqueado, tanto por tu invisible compañero de fórmula como por varios líderes históricos del FMLN.
Hasta el sol de hoy, los salvadoreños no sabemos qué opinión tienes de Fidel Castro o de Hugo Chávez. Las evidencias son diarias y abrumadoras contra la vocación democrática de estos regímenes, pero tú has convertido a la dictadura más larga de Latinoamérica en un "modelo que responde a sus circunstancias" y a la revolución chavista en un "asunto de los venezolanos".
Contrario a ti, Salvador Sánchez Cerén sí es bastante explícito en su autobiografía con respecto a la admiración que profesa a Castro y Chávez. Te recomiendo leer esas posturas, porque no difieren mucho de la que tiene, por mencionar a alguien, el diputado Salvador Arias, a quien con tanta vehemencia has execrado. A nosotros, los electores, nos tocará dilucidar quién miente en este raro juego de espejos. A ti te tocará seguir guardando ese peligroso equilibrio… sin caerte.
Incoherencias sobre periodismo y ética pública
Pero tus incoherencias, Mauricio, también incluyen concepciones poco felices sobre el periodismo y la ética pública, temas que a estas alturas deberías dominar con mayor fundamento y menos soberbia. Tu negativa a dar entrevistas a El Diario de Hoy, por ejemplo, es del todo inaceptable. Incluso si te concediéramos que el editorialista de este medio te insulta, no habría razón alguna para justificar como válida esa insólita noción de libertad de expresión que quieres vendernos. Voy a explicarte por qué.
Cuando un ciudadano se postula a la Presidencia de la República --y máxime si lo hace bajo una de las banderas políticas con mayores oportunidades de ganar--, ese ciudadano se convierte automáticamente en fuente primaria de información. Esto es así porque, además de ser factible su elección, la búsqueda de un alto cargo público obliga a quien lo pretenda a difundir, lo más ampliamente que pueda, sus ofertas, plataformas y opiniones.
En consecuencia, simpatice o no con un medio de comunicación específico, el candidato es quien más obligado está a mostrar su talante democrático, hasta en el caso que fuera duramente criticado por un editorialista. Si este editorialista miente, tergiversa declaraciones o insulta, los únicos que pueden castigarlo son sus lectores (que compran el diario), no los actores políticos.
La libertad de información, te lo recuerdo, está ligada al derecho que tienen los medios para definir su línea editorial. La adquisición de un periódico, en cambio, es prerrogativa que nos brinda a los ciudadanos la sola libertad. Por tanto, cuando te rehúsas a brindar entrevistas a un diario, en última instancia estás castigando a quienes tomamos la libre decisión de adquirirlo, estemos o no de acuerdo con su línea editorial. Se trata de nuestro derecho, y no puede pisotearlo ninguna fuente primaria de información. Tampoco puedes hacerlo tú, desde luego.
Si el razonamiento anterior está equivocado, me gustaría que fueras tú, Mauricio, en tu calidad de ex periodista, quien me dijera dónde. Porque si lo que te digo es una falacia, entonces, me temo, serías mucho más falaz que yo. En una entrevista que concediste a La Prensa Gráfica, publicada el 1 de octubre de 2007, al preguntársete si el trabajo de los medios debía estar regulado, tus palabras textuales fueron las siguientes: "No. La mejor regulación es la que ejerce la ciudadanía, que cuando pierde confianza en un medio de comunicación deja de oírlo, verlo o comprarlo".
Me apena mucho tener que informarte que ese análisis tuyo era el correcto, y que has sido tú mismo quien lo ha desmentido en los hechos.