El problema de los corruptos es que no deciden los gastos, las compras y las asignaciones para lograr eficiencia y equidad, sino que deciden por lo que les conviene en lo personal.
Si como candidato Funes toma dinero de "donantes y amigos" sin prestar servicios que lo justifiquen, no cuesta imaginar lo que haría si por desgracia para el país y la población llegara a Presidente. El cambio ya le llegó a Mauricio. De un muy buen ingreso pero con sus tarjetas topadas, vive ahora en una mansión de cuatro mil varas cuadradas y dispone de una cuenta bancaria con más de dos millones de dólares.
El candidato de los comunistas tiene varios automóviles, guardianes y guardaespaldas, empleadas de hogar para mantener su nueva residencia y además un vecino importantísimo para los efemelenistas y para el propio Funes: la representación diplomática de Venezuela. Para hacer consultas y recibir consejos no tiene más que cruzar la pared que separa una de las residencias de la otra.
Muchos salvadoreños tomarán ejemplo del gran campeón de los pobres para hacer el milagroso salto, casi de la noche a la mañana, de clase media modesta, a clase opulenta. El ejemplo lo tienen aunque es responsabilidad de cada ciudadano encontrar sus padrinos y compradores. Funes ya los tiene, personas que inician andadura en un posible aunque no necesariamente probable régimen socialista, con créditos prepago en su haber.
Los milagros económicos personales, los saltos de la nada a la opulencia, siempre son objeto de investigación, más cuando involucran a funcionarios. En países con instituciones establecidas de vieja tradición, como los europeos y las democracias de Asia y Sudamérica, que un político tome dinero sin causa legítima es un grave delito que le lleva a enfrentar la justicia. Esos dineros son además su ruina pública. Aquí en El Salvador hemos sufrido de corrupción, pero nunca se vio que un funcionario o un candidato en forma abierta aceptara regalos de particulares y que además lo considerara como práctica honesta.
Una manzana podrida arruina al resto
Los funcionarios manejan fondos de la colectividad, dinero que con esfuerzo y en ocasiones mucho sacrificio, hacen y pagan toda clase de personas y empresas. Esa es la razón por la cual la legislación y las prácticas en los estados organizados, que se rigen por principios sanos de buena administración, toman los cuidados para asegurarse de que serán bien empleados. El problema de los corruptos es que no deciden los gastos, las compras y las asignaciones para lograr eficiencia y equidad, sino que deciden por lo que les conviene en lo personal. Cuando un gobernante o aspirante a gobernante se vende o acepta "prepagos", sus decisiones son viciadas y con frecuencia contrarias al mejor interés de una nación.
Hay efectos secundarios terribles: si los subalternos, los funcionarios menores y los que trabajan en puestos de gobierno advierten, y es muy improbable que no se den cuenta de que "el de arriba roba", ellos también meten mano en los bolsillos de la gente. Del mal paso del individuo en el poder se cae en la corruptela general donde todo se logra a base de regalías y comisiones por debajo de la mesa. La gran mansión de Funes, "primer beneficiado con el cambio gracias a sus padrinos", hace salivar a los que formarán banda en el poder. El mal ejemplo cunde; una manzana podrida arruina al resto de la fruta en la canasta.